Un Seat 127

gravesenCuando se averió el Seat 127 de mi padre de camino al colegio y tuvimos que empujarle mi hermana y yo para que volviera a arrancar, grité: “¡Vaya mierda de coche viejo tenemos!”. Mi padre, muy serio, mientras trataba de dirigir el volante con medio cuerpo metido en el coche, y el otro medio ayudando como podía, arrastrando la pierna como si montara en una patineta ortopédica.

Con el pie derecho tentando torpemente el acelerador, me replicó: “Si este te parece una mierda, que es el Seat 127, imagínate al niño al que le tocó el Seat 102 o el 65… ¡o el Seat 3! ¿Cómo de mierda sería el Seat 3?”. Por un momento me sentí un afortunado de tener un Seat 127. Y pensé en todos aquellos niños en sus fríos inviernos cordobeses, empujando coches con números inferiores al mío.

Gravesen era un Seat 127: feo y duro. Aquel Madrid estaba lleno de coches peores. Robinho era un cacahuete con piernas que nos engañó a todos en un partido de liga en Cádiz. Lucirse ante el Cádiz está al alcance de todos. Robinho era un Twingo, qué digo un Twingo, era un motocarro de mercadillo, una moto de afilador, el monociclo de un loro en el Aquapark, el patín que regalaban con el periódico. Pero nos lo creímos. Nos creíamos sus regates absurdos y su velocidad patizamba. Gravesen llegó al Madrid para explicarnos que la vida era eso: jugar sin talento. Y triunfó, porque siempre triunfan los mediocres. Y así debe ser. Como Pablo Iglesias, dando lecciones sobre la exclusión social desde su estrado universitario.

Pablo Iglesias es el Robinho de la política. Encandiló a una afición expectante, de aplauso fácil, con cuatro bicicletas al alcance de cualquier jugador de Segunda B que se precie. A toda esa gente que compara nuestra política con la serie Borgen, que no olviden que Gravesen también vino de Dinamarca. Que no hay nada más alejado de la elegancia de los despachos que ese jugador ogril, antiestético, torpe, incapaz de contener su posición en el campo, tan valiente en el uno contra uno como cobarde en el ataque de su equipo. Un alopécico cabrón que tampoco sabía pactar, que aterrizó en el Real Madrid como una cagada de paloma que cae serenamente sobre la acuarela de un pintor a orillas del Sena. Es la mierda de los días, los inútiles acomodándose en puestos importantes. Gravesen brilló donde fracasó Pablo García, que sujetaba su melena con una cinta de colegiala; pero el uruguayo tenía un talento innato para dar patadas cuando el árbitro no veía. Como uno de esos presos que sortean el foco de los carceleros para avanzar escondidos entre las sombras, pegados a los muros del campo. Gravesen era diferente, golpeaba pornográficamente sin importarle el referí, ni los niños. Era un alarde torpeza y Luxemburgo lo puso ahí, a arreglar cosas que no estaban rotas.

Cómo ser Gravesen. Cómo ser Pablo Iglesias. Cómo ser Robinho. Porciones del mismo pastel del acabose y la mediocridad. Cada uno engañando en lo suyo. Fútbol cínico y política de frases ampulosas y frente estrecha. Así es el mundo. El socialismo vendió su corazón a la burguesía progre y urbana. Tienen lo que merecen. Crecieron los enanos. Crecieron hasta ser Manute Bol. Crecieron como obeliscos erigidos en mitad de la nada socialdemócrata, en esa parcela donde la barbacoa siempre está puesta, donde la carne cruda, las salchichas pringosas y las cervezas calentorras no paran de circular. Antonio Hernando combina el color de la corbata con el de las gafas. ¿Qué puede enseñarme él de la vida? ¿Qué puede enseñarme Iñigo Errejón? ¿Qué saben ellos de esta vida que no quiere ser vivida por mucha gente a los márgenes del terreno de juego? Gente que calienta eternamente esperando su oportunidad para entrar en el campo pero que ven como los minutos pasan y nadie pide el cambio.

Estoy cansado del discurso del toque. El fútbol es muchas otras cosas. Es más fácil articular un discurso cuando peleas contra el descenso. Los otros dieciocho, dicen. Todo es culpa de las televisiones, de los repartos. Siempre la culpa es de los demás. PPSOE, Fútbol Club Madrid. La misma historia de siempre. Que un club endeudado, gestionado como una comunidad de chabolas, desfalcado y saqueado, achaque a la tele sus problemas con el fisco. Qué mundo este de las medias verdades y la responsabilidad siempre cargando sobre la espalda del vecino. La renta básica infalible: la de la estupidez. Todo el mundo tiene su tajada en el democrático reparto de la estupidez. Sólo creo en dos derechos: el derecho al pataleo y el derecho a alegrarse la vista. Esos son los logros del lumpen proletariado. De los obreros devenidos en pequeños empresarios de la desgana. A eso hemos llegado. Al berrinche y el baboseo. Somos la sociedad de lo pequeño, de la gravesinha.

Gravesen y Robinho se pelearon en un entrenamiento. Pablo Iglesias está bloqueando el nuevo Gobierno. Ojalá elecciones de nuevo y que se repitan los mismos resultados, una y otra vez. Vivir en elecciones como los ricos marbellíes para los que cada día es sábado noche. La vida va y viene como un yo-yo del espíritu. Yo también sé desahogarme, como Iglesias en su banco del Congreso, como Gravesen en su minúsculo cuadradito de pasto en mitad del Bernabéu, como Robinho en la cubierta de un yate que navega hacia ningún sitio.