Adiós y hola

zidane

El futuro es de los valientes, pero la cobardía también gana batallas. Todos sabemos mucho del mundo pero nadie es capaz de definirlo en su obesidad absoluta. No podemos analizar con inteligencia la más elemental de las estupideces. Zidane es un calvo digno y Simeone un calvo en perpetua huida. Bonnie and Clyde de los banquillos, la integridad huyendo en un furgón como El Dioni. La valentía no sólo se demuestra en el césped, también frente al espejo.

El espejo. Ese rectángulo reflectante e hijo de puta que siempre nos vomita lo que somos. Sin matices, sin palabritas de consuelo, sin el tacto letal de una madre. Los domingos por la mañana en la resaca treintañosa, tras constatar que ya no eres atractivo para las mujeres jóvenes, los ardores, las náuseas, el gotelé engendrando monstruos de yeso. La realidad en el espejo, la puerta a uno mismo. La vida es una baraja llena de renuncias. Elige una carta al azar. Di adiós a tu vida. Di adiós a tu pelo. Adiós a las fiestas largas, a los sujetadores que huelen a futuro. Adiós a las tardes en el sofá. Adiós a los conciertos, a la Play, al carnet joven, a enganchar dos películas en el cine, a los polvos esporádicos, a los festivales de fango. Di adiós a la cama hecha, a la tortilla apresada entre dos platos, a la Cruzcampo siempre helada. Di adiós a los amigos para toda la vida, a las carcajadas, a los abrazos reconfortantes. Di adiós con la mano blanda, desde lejos, mientras parte tu felicidad en un barco sobre un mar plateado y calmo. Las cosas que hacen del mundo un lugar habitable duran, apenas, un par de veranos. Bienvenido al Dune del pensamiento, bienvenido al salmorejo insípido, a la batalla por elegir el color de las cortinas. Bienvenido al mundo adulto. Zidane, en mitad del huracán, pitado por un público que siempre le ovacionó. Ya no eres el bailarín, ya no eres el de las piruetas eternas, ya no eres el del gol de volea y la ruleta eléctrica. Ahora eres un funcionarial entrenador de fútbol con pantalones estrechos y sospechas fundadas sobre tu inutilidad. Insultos en órbita alrededor de tu cráneo de gamba pelada. Vive con ello, Zidane. Salsa coctel y chistes verdes. Deja de poner esa cara generada al azar por el Pro Evolution Soccer, descálzate las zapatillas de ballet y chapotea en el charco de la mediocridad y salpica de barro a Queiroz, López Caro y Luxemburgo. Este es el Madrid, el mayor devorador de talento tras la editorial Anagrama y el Factor X.

No te queremos. No queremos a los entrenadores. Sois solo conductores de la electricidad, sois agua que atravesar de un chispazo. Los entrenadores sois, como el Derecho Penal, un mal necesario. Una garantía del Estado para que la gente no pueda hacer lo que quiera. Sois los calvos punitivos, los calvos del espíritu esquelético, jugadores viejos lanzados al césped con zapatos elegantes y chaquetas apretadas. Sois la antítesis del fútbol. Zidane, calvo extático y febril, llama de amor viva, San Juan, Santa Teresa, Argelia, Chamartín, todo lo que aprendí del ser humano lo aprendí en la escuadra derecha de Butt. 15 de mayo de 2002. Qué feliz me hiciste aquella noche de Pilycrim y albero. Pantallas gigantes en la Feria de Córdoba para verte girar la cintura como a Salma Hayek empitonada y albina.

No hay jaulas para tanto deseo. Están los autobuses llenos de cuerpos calientes. La vida va muy rápido hacia delante. No hay espacio para las palabras. Andamos y andamos como en las cintas transportadoras de un aeropuerto, flechados hasta el abismo. Balas perdidas, burbujas que no explotan, niños que cogen las manos de adultos que no son sus padres. Enganchando un avión con otro avión en nuestro trayecto mínimo. La muerte nos recuerda la brevedad de la vida y la vida nos recuerda la infinitud de la muerte. Calva tatuada en el pecho de Materazzi. Estigma de la alopecia. Sello de salida. Salvoconducto al infierno. El Inter de Milán es un equipo que huele a frigorífico que se ha quedado abierto. Que huele a verano en Matalascañas. Que huele a gases interestelares, a crucero en la Juno. Júpiter es el planeta tonto, el planeta al que los otros planetas pegarían en el patio cósmico. Dicen los científicos que quizá el gigante Júpiter esconda una super-Tierra en su interior. Los psicológos creen que yo encierro un super-hombre. De ahí los agujeros en el cinturón, de ahí descambiar las camisetas blancas que me regalan. Un dios inteligente hubiera creado a Zidane, y lo hubiera hecho así, talentoso y calvo. Su coronilla era el esclavo que le decía a César al oído: «recuerda que eres mortal».

Olisqueo a una alemana en las tripas de un ALSA. Huele a crema hidratante. Sus mejillas de mantequilla y mermelada de fresa. Sus ojos grises y paganos, como la luna sobreviviendo a la frondosidad del bosque. Clavículas de alce, tobillos de metal forjado a golpes, la vida es nuestra. Le confieso mi deseo. Le digo que quiero que Alemania pierda siempre, que no gane la Eurocopa. Que entreguen a sus filósofos y abandonen el país ordenadamente. Que pidan refugio en la costa báltica, que arranquen de allí su intenso viaje por la nada helada. Ojos de iceberg, paisaje de pingüinos, sólo estamos tú y yo en este autobús y el mundo necesita savia nueva. ¡Zidane sabe tanto sobre la vida! Ha ganado una Copa de Europa como entrenador. Fue a Simeone. Los niños del Atlético llevaron sus camisetas rojiblancas al colegio tras la derrota y con eso quedamos en paz los héroes y los miserables. El Madrid injusto y pendenciero y el Atleti profético y eterno. Ganaron los que no debían. Es el fútbol. Como esa foto antigua en la que papá luce una melena compacta y rizada. El papá de ahora, calvo y gordo, sentado en el sofá con una lata de cerveza. Diciendo «mira hijo, que pelazo tenía tu padre». Y, aunque es innegable el parecido pese a los kilos y los años, algo te dice que no son la misma persona. Que aquel joven tuvo que decir adiós a su felicidad, a sus coitos juveniles, a sus borracheras en la verbena del barrio. Tuvo que despedirse de todo lo bueno para tenerme a mí, para comprar ese sofá desde el que ve el penalti de Juanfran. Su fallo, el balón besando el palo con una pasión troglodita, de pelaje animal, de sueños sucios y secos. Grita de alegría. Me mira. Y quizá siente que todos los adioses merecieron la pena por este título celebrado en la cárcel del salón. Gracias Zidane, también por eso.